Cuando te conocí me caías mal, tanto que no quería ni toparme contigo en los pasillos de la escuela.

La vida se empeñaba en provocar que te encontrara varias veces al día y yo sólo trataba de huir escondiendo mi cara tras un cuaderno o algún compañero con tal de no dirigirte el saludo.

Nunca había platicado contigo, simplemente me caías mal, así como me cayeron mal otras personas que hoy en día son mis mejores amigos. Siempre me pasa eso.

Un día, la vida volvió a empeñarse en ponernos en el mismo grupo, ¡No sólo eso! nos puso en el mismo equipo de trabajo, como película para adolescentes de Disney, ahí estábamos tú y yo, sin pareja para trabajar en clase y el profesor dijo «Tú y… tú ¿Por qué no tienen pareja? ¡Trabajen juntos!». Sentí que el mundo se me venía encima y quería salir corriendo de ahí, no hay nada más horrible que trabajar con la persona que peor te cae y de pronto tras haberte odiado por no sé cuántos cuatrimestres me olvidé por completo de las instrucciones del profesor y comenzamos a platicar sobre nuestras vidas. Era como si te hubiese conocido desde hacía mucho tiempo.

El ejercicio de la clase terminó y nosotros permanecíamos de pie en el centro del salón, era como si hubiesen congelado el tiempo, no sabíamos lo que pasaba a nuestro alrededor, hasta que alguien nos gritó «¡Hey, siéntense, el ejercicio ya terminó!

Así comenzó la historia hace 4 años. No sé en qué capítulo vamos, pero ya quiero saber lo que pasará en el siguiente.